Buen Dia penicilina
Siempre sentí curiosidad por papeles viejos. Como casi todos saben de mi afición, recibo cada tanto cajas que se amontonan en mi escritorio. Tomé al azar una carta amarillenta y leí...
“Cagancha Diciembre 30 de 1839. Mi amada Rosalía. Ayer te escribí después que concluí mi curación en el campo de batalla, y que habíamos perseguido al enemigo sobre dos leguas. Nada te dije que pudiera acíbar el triunfo que tan justamente debes celebrar, pero he corrido un riesgo inmenso ayer, nuestro Hospital fue sorprendido, y a pie no sé cómo pude escapar con Ramos y José María, que salimos juntos sin podernos incorporar a la infantería. (...)
La batalla empezó cerca de las once de la mañana(...)
Está el campo sembrado de cadáveres. (...)
Yo estoy sin comer desde ayer por la mañana, cansado como un conejo a quien persigue un galgo. Todo el día trabajando en recoger heridos y acomodarlos; y si el Hospital de Sangre no se remite a esa, yo pido mi separación del Ejército, porque ya no quiero más campaña después de la batalla. (...)
Por un momento vi a Rosalía leyendo esas palabras cargadas de muerte. Pude oler el temor que se desprendía del papel. Mis dedos quedaron impregnados de sangre y lágrimas; corrí a limpiarme, pero las manchas no se fueron, quedaron como marcas de tinta en la palma de mis manos.
Me pregunté por el Hospital que llevaba su nombre: Fermín Ferreira y lo ubiqué en el predio donde desde 1985 se levanta Montevideo Shopping y las torres del World Trade Center. Fui a dar una vuelta por la zona, no sabía realmente que estaba buscando. Me metí por las calles aledañas y desemboqué en el estacionamiento del Shopping. Un señor desaliñado se me acercó, no pude dejar de evitarlo, el hombre me siguió a corta distancia y en un momento me dijo con voz muy firme.
-¡Rápido, siga por su derecha y hable con la señora Lilia, ella sabrá que hacer, no toque nada, lávese las manos en el chorro permanente que está en la puerta de entrada y mucha suerte...! –me gritó ya de espaldas.
-¿Dr. Fermín? –pregunté incrédula.
El hombre se dio vuelta traspasándome con la mirada, no me veía a mi, sino a una cantidad de túnicas grises que comenzaron a salir de sus habitáculos, caminando sin rumbo, extraviadas. Supe que era el fantasma del viejo hospital.
Me dirigí hacia donde me había indicado y el grifo estaba cerrado, eso me resultó extraño porque sabía que era un chorro permanente que nunca se cerraba. Lo abrí y limpié mis manos, efectivamente las manchas no se fueron. Entré al shopping.
Luego que el agua comenzara a correr, las túnicas iniciaron un baile sincronizado recorriendo pasillos, escaleras, absorbiendo cuerpos de personas del siglo XXI. Se movían junto a mi como banderas flameando, el tiempo no se detenía, pasaba cada vez más rápido. Los gritos, las túnicas grises, las corridas se metieron en mi retina. La transferencia se estaba realizando muy rápido. Supe que me iría al suelo si no mantenía la vertical, entonces sentí un brazo que me aferró. En un instante el vértigo de detuvo en seco. Antes que una mujer joven y enferma tratara de absorber mi alma oí: en esta sucia ciudad no hay que seguir, parar...buen día penicilina...dicen que ya no soy yo, que estoy mas loca que ayer...matan a pobres corazones.
-Se encuentra bien señora? –me preguntó un guardia de seguridad aferrándome del brazo.
-Sssssi... estoy bien...creo
-Si quiere la acompaño a la salida, tal vez un poco de aire...
-Gracias, ya me siento bien –le contesté y salí a la calle, el día era invernal pero luminoso, mis manos estaban limpias y en el bolsillo de mi abrigo encontré un frasco de penicilina, respiré aliviada, sabía que era la medicina que necesitaba pero no sabía porqué, tal vez no fuera necesario saberlo todo...
Del amor azul
Los ojos de mi amigo
“Poseído de espanto, emprendí finalmente la huida ante su Impenetrable tiranía como ante una peste, y hasta el fin del mundo huí, huí siempre en vano”.
-Edgar Allan Poe.
Si muero primero –nos había dicho nuestro amigo a nosotros dos. –A vos –señalando al más viejo del trío, te tocarán mis orejas, y a vos –señalándome a mi- te tocarán mis ojos, para que pueda seguir por siempre junto a ustedes.-Está bien, está bien –le increpamos- ya basta, no tomes más...Pero nuestro amigo nos había hecho una doble broma, porque él sabía que iba a morir, nosotros no. Al cabo de unos meses falleció. Estuvimos en su entierro hasta que solo nosotros dos quedamos en el silencio del cementerio. Entonces mi amigo, el mas viejo, comenzó a escarbar como un enajenado la tierra que cedió sin resistencia a sus manos, dejando el féretro expuesto. Se tiró dentro del hoyo y abrió la tapa, sacó una afilada navaja y con decisión que yo no conocía, seccionó ambas orejas del cadáver, las colocó en una bolsa y me gritó desde el fondo.-¡Ahora te toca a vos!-¡No puedo! –le grité, como se te ocurre semejante disparate...-Debes hacerlo –me decía mientras trepaba por la tierra- sino te perseguirá toda la vida, es el destino, él lo quiso así.-¡No puedo! ¡no puedo! –volví a gritar retorciéndome entre mis instintos.El más viejo salió del hueco con su bolsa de orejas y se perdió rápidamente en la oscuridad y siguió gritándome hasta que no lo oí más.-¡Debes hacerlo, recuerda que te perseguirá toda la vida, es tu destino, no puedes huir, no puedes huir. Saqué fuerzas y bajé al foso a tratar de tapar el féretro, pero la tapa se atoró en una raíz, trepé hacia el exterior y comencé a tirar tierra, no podía dejar eso así, estaba muy mal.Una niebla cubrió en un segundo toda sombra existente, solo dejó al descubierto las telas de araña en las ramas más bajas de los pinos y las huellas de las babosas sobre las lápidas. En esa zona el terreno era escabroso y tuve que arrastrarme para pasar entre las ramas que asieron mi garganta como si una garra del destino quisiera atraparme para cumplir la voluntad de mi amigo. Caminé hacia la dirección de la salida y me pareció que una sombra que no era la mía me acompañaba. Logré alcanzar la puerta y me tiré hacia la calle. Decidí que caminaría, había ensuciado mis ropas y zapatos. Serpenteé entre las calles y me detuve a cada instante. La sensación de persecución era tan fuerte que no podía casi respirar. Al llegar al centro de la ciudad disminuyó y pude sortear el poco transito de la noche y llegar a mi casa. Al subir las escaleras, volvió a estar junto a mi el aliento de mi amigo en mi nuca. Me metí en la ducha, y luego de un rato salí reanimado, pero al levantar la sábana para acostarme, huellas de manos, sucias, barrosas se confundían con pisadas que se perdían en la puerta. Quedé paralizado al ver que desde la almohada me vigilaban “los ojos de mi amigo”.
“Cuando el rostro azul de una niña azul, irrumpió por el sendero; los cadáveres como jazmines destrozaron la quietud de la noche.”
Ese estribillo comenzó a repetirse una y otra vez luego que tuviera aquel suceso: Salía de mi casa como todos los días camino al trabajo, los mismos colores, los vecinos de todos los días, el mismo ómnibus. Podía sentir en mi piel el aire fresco de la mañana y el sol en mi rostro. En un instante al bajar en mi destino y dar el primer paso, todo cambió a mí alrededor. Una oscuridad me rodeó y quedé paralizada. Lo que me pareció un siglo, fue un segundo en el espacio donde me encontraba. Se abrió bajo mis pies una línea azul brillante que se metía como una cuña en el negro absoluto. Estiré una mano y vi que mi cuerpo se confundía con el sendero. Extrañamente me sentía sin peso, flotando en un azul intenso y fue entonces cuando comencé a verlos. Eran cadáveres que emergían de sus tumbas quebrando la quietud de la noche. Parecían ramilletes de jazmines blancos que se encendían horadando las sombras. No sentía temor, era como si todo estuviera en su lugar. Los cadáveres-jazmines comenzaron a seguirme y a rodearme, a obstruirme el paso, repitiendo a coro el estribillo como un lamento. Fue entonces cuando sentí el primer tirón, una mano descarnada había arrancado mis dedos y se los llevaba a la boca absorbiendo el azul. Luego siguieron mis cabellos, mis brazos, mis ojos, todo mi cuerpo fue motivo de un festín en azul que encendía sus maltrechos esqueletos. Me multipliqué en cada uno de ellos y me metí en cada una de sus tumbas a la espera de que otra persona azul irrumpiera por el sendero. Al dar el segundo paso me encegueció la luz del sol y mi cuerpo se estremeció, dudé en seguir caminando pero mi celular había comenzado a timbrar. Desde entonces no dejo de repetir ese estribillo que está en mi mente día y noche... día y noche...
Aquellas extrañas criaturas
23 de junio, víspera de la noche de San Juan. La luna llena traspasaba la celosía. Se metía por cuanto resquicio encontraba. El olor penetrante del humo me llevó a abrir la ventana, mientras la luna se apoderaba rápidamente de la situación.
Vi que una llama intensa emergía de las esquinas, mientras los vecinos corrían presurosos a alimentar�esa gran boca de dragón que era la fogata tradicional de San Juan. Los gritos llamando a reunirse alrededor del fuego hicieron que me sintiera con ánimo de acercarme.
Mientras caminaba por la plaza recorrí mentalmente el anecdotario popular. Según la tradición eran fiestas que celebraban la víspera del solsticio de verano, siendo una continuación de las fiestas paganas donde se expresaba el rito de la fertilidad asociados a la agricultura.
Mi abuela me había contado que en realidad eran fogatas que ahuyentaban a las brujas y se podían ver a las hadas danzando. ¡Guárdate de mirarlas a los ojos! Me había advertido siempre. Sonreí al pensar como mi abuela tenía especial cuidado en conservar intactas las leyendas transmitidas a través de la creencia. ¡Hadas, brujas, fertilidad, agricultura, ojos!..
con esos pensamientos llegué al lugar de la ceremonia no sin antes advertir la intranquilidad de los perros. Éstos rodeaban la pira, dando grandes saltos y gruñidos, ladrando hacia la gruesa cortina de humo que envolvía los cuerpos de los integrantes del ritual. Entonces las vi en una danza sobrenatural alrededor del fuego, vi sus cuerpos de ninfas sudorosas derritiendo espermas sobre la tierra. Sentí sus ojos de grifos clavados en mis sienes y juro que aquellas extrañas criaturas erizaron mi piel antes que la oscuridad total rodeara mis días y mis noches.
Hoy es 23 de junio, víspera de la noche de San Juan y el olor a humo sofoca mis recuerdos...
Los ojos de mi amigo
“Poseído de espanto, emprendí finalmente la huida ante su Impenetrable tiranía como ante una peste, y hasta el fin del mundo huí, huí siempre en vano”.
-Edgar Allan Poe.
Si muero primero –nos había dicho nuestro amigo a nosotros dos. –A vos –señalando al más viejo del trío, te tocarán mis orejas, y a vos –señalándome a mi- te tocarán mis ojos, para que pueda seguir por siempre junto a ustedes.-Está bien, está bien –le increpamos- ya basta, no tomes más...Pero nuestro amigo nos había hecho una doble broma, porque él sabía que iba a morir, nosotros no. Al cabo de unos meses falleció. Estuvimos en su entierro hasta que solo nosotros dos quedamos en el silencio del cementerio. Entonces mi amigo, el mas viejo, comenzó a escarbar como un enajenado la tierra que cedió sin resistencia a sus manos, dejando el féretro expuesto. Se tiró dentro del hoyo y abrió la tapa, sacó una afilada navaja y con decisión que yo no conocía, seccionó ambas orejas del cadáver, las colocó en una bolsa y me gritó desde el fondo.-¡Ahora te toca a vos!-¡No puedo! –le grité, como se te ocurre semejante disparate...-Debes hacerlo –me decía mientras trepaba por la tierra- sino te perseguirá toda la vida, es el destino, él lo quiso así.-¡No puedo! ¡no puedo! –volví a gritar retorciéndome entre mis instintos.El más viejo salió del hueco con su bolsa de orejas y se perdió rápidamente en la oscuridad y siguió gritándome hasta que no lo oí más.-¡Debes hacerlo, recuerda que te perseguirá toda la vida, es tu destino, no puedes huir, no puedes huir. Saqué fuerzas y bajé al foso a tratar de tapar el féretro, pero la tapa se atoró en una raíz, trepé hacia el exterior y comencé a tirar tierra, no podía dejar eso así, estaba muy mal.Una niebla cubrió en un segundo toda sombra existente, solo dejó al descubierto las telas de araña en las ramas más bajas de los pinos y las huellas de las babosas sobre las lápidas. En esa zona el terreno era escabroso y tuve que arrastrarme para pasar entre las ramas que asieron mi garganta como si una garra del destino quisiera atraparme para cumplir la voluntad de mi amigo. Caminé hacia la dirección de la salida y me pareció que una sombra que no era la mía me acompañaba. Logré alcanzar la puerta y me tiré hacia la calle. Decidí que caminaría, había ensuciado mis ropas y zapatos. Serpenteé entre las calles y me detuve a cada instante. La sensación de persecución era tan fuerte que no podía casi respirar. Al llegar al centro de la ciudad disminuyó y pude sortear el poco transito de la noche y llegar a mi casa. Al subir las escaleras, volvió a estar junto a mi el aliento de mi amigo en mi nuca. Me metí en la ducha, y luego de un rato salí reanimado, pero al levantar la sábana para acostarme, huellas de manos, sucias, barrosas se confundían con pisadas que se perdían en la puerta. Quedé paralizado al ver que desde la almohada me vigilaban “los ojos de mi amigo”.
Cabezas mojadas
La lluvia caía como puñal en el río. Guillermo corría con su coche por la ruta paralela y nunca había visto llover con tanta saña, eso lo molestó, ya que quería estar en casa antes del anochecer. Comenzó a divisar tras la cortina de agua un puntito negro en la banquina, que se fue haciendo más visible y al pasar frente a él, se percató que era un hombre, que le hacía señas con dos mochilas en las manos. Guillermo pasó frente a él y siguió su marcha. Se detuvo casi inconscientemente más adelante y observó por el espejo retrovisor; a pesar de la poca visión, notó que el hombre no se movía de su sitio, se mantenía estático bajo la lluvia que se le clavaba en el cuerpo desgarrando su negro impermeable que le llegaba a los pies. Guillermo pisó moderadamente el acelerador y continuó su camino, pero la visión horrorosa que tuvo de ese hombre en la ruta no se la podía sacar de encima. Comenzó a tejer conjeturas...
-No puedo subirlo al coche –trató de convencerse- está hecho un desastre, me arruinaría el tapizado... quiso detenerse en un café a la vera del camino, pero siguió como si ese deseo no hubiera sido recibido por su cerebro.-Hice bien en no subirlo –hablaba en voz alta- ¿y si fuera un ladrón?, hay historias increíbles de casos de aventones que terminaron en robo... eso no es nada, si fuera un asesino, además de ladrón, asesino, no, no, no, un extraño en mi coche no, a pesar de toda esta tormenta que no cesa, de esos relámpagos que cortan el cielo, de esta maldita lluvia que no me deja ver... -¡Dios! –gritó- ¿y si fuera un accidente?, ¿Si ese hombre estaba pidiendo ayuda? Y yo no se la brindé, ¿si estaba aturdido y por ese motivo no corrió al coche cuando me detuve? , avisaré en el primer puesto policial que encuentre... no, no, no estaría bien, me preguntarían por qué no me detuve, y tendré que decirle: No lo subí al coche, porque estaba mojado señor agente. Jajajaja a quién se le ocurre estar parado en la ruta en un día de lluvia y sobre todo, mojado. El sonido del celular lo distrajo de sus divagantes conjeturas. Era su esposa. Cuando al fin llegó a la casa, le dijo a su mujer preocupado lo que había hecho.-¡He dejado a un hombre parado en la tormenta!, por la sencilla razón de no querer crearme problemas, no sé quien pudo ser, pero lo cierto es que me ha venido martillando desde que lo dejé bajo la lluvia. Bajo la lluvia seguía esperando un hombre a su tercera víctima, con ambas cabezas de dos infortunados conductores, en sus manos.
No es lo que parece
Juan, era el nuevo campo- santero del cementerio central, un muchacho que se jactaba de andar entre tumbas, de no tenerle miedo a los que duermen, de no creer en leyendas, pero eso era solo un escudo, sabíamos que le tenía terror a las sombras y veía fantasmas en todos los rincones. Nosotros, le quisimos gastar una broma y comenzamos a tramar un buen susto en la tardecita, cuando Juan ya estaba por retirarse del turno.El viejo Tomás, que parecía un cadáver andante, y yo, que sabemos todos los chismes de los muertos, estuvimos de acuerdo y comenzamos a ajustar el plan.-Yo me escondo en uno de los nichos –me había dicho Tomás- y vos me dejás un ojo para ver cuando viene Juan, cuando se acerque, salto encima de él y del susto se mojará los pantalones.-Me parece bueno, me parece bueno –repetí- a la vez que ya estaba pensando en como realizar la tan temida broma, pero ¡El diablo andaba suelto en el camposanto!, uno nunca sabe cuando la desgracia se nos acerca. En la tarde buscamos un nicho vacío y Tomás se metió en el interior sobre una tabla, le dejé un ojo entre unas coronas de flores para ver y me fui a la entrada a tratar de convencer a Juan a que fuera para ese lado.-¡No salgas hasta que lo veas venir! –le increpé a Tomás- y me retiré.Anduve buscando a Juan por todo el cementerio que es muy grande, y no lo pude encontrar, la noche se me venía encima como una mortaja. Salí corriendo para donde estaba el viejo Tomás que a estas horas ya estaría dormido, porque era hombre de dormir donde cayera, eso si, no lo despertaba nadie después que agarraba el sueño. Al acercarme sentí ruido de voces y rezos, pensé que tal vez era algún despistado que no se había percatado de la noche, pero cuando me enfrenté al lugar donde estaba el viejo, la piel se me puso de gallina y me escondí detrás de un sepulcro.¡Dios, que horror! Si cuando me acuerdo se me paran los pelos de punta.Cerca del cementerio había un templo que nunca supimos a que religión rendía culto y muchas veces habíamos encontrado cadáveres descuartizados fuera de las tumbas, pero esto era demasiado, lo que vi se lo voy a describir señor comisario, porque no puedo quedarme con esto en la garganta, no puedo. Se fueron acercando sombras invocando a los mil demonios, estuvieron buscando algo entre las tumbas y cuando llegaron frente a donde estaba escondido Tomás, sacaron la corona que tapaba el nicho, vi que Tomás no salía, pensé que ya se había ido, pero no, señor comisario, estaba dormido como siempre, y lo fueron sacando poco a poco con la tabla, en total eran como diez personas que se reunieron y uno de ellos le cortó la cabeza de un golpe que rodó a mis pies , aún con los ojos cerrados, mientras los otros proferían maleficios y arrancaban el corazón del infortunado Tomás. Tuve que morder la piedra del sepulcro hasta sangrar para no ser descubierto... pero, la sorpresa más grande me la llevé cuando uno de ellos se descubrió la cara y logré verlo de cerca, ¡era un engendro!, el mismo demonio que se presentó ante la mortecina luna, ¡era el mismísimo...!... De seguro ni se imaginaban que era Tomás, de seguro no sabían que estaba vivo, de lo contrario no hubieran... Cuando se retiraron, no atinaba a ordenar mis pensamientos, la cabeza del infortunado Tomás ya no estaba a mis pies, la busqué para devolverla al lugar, en donde habían cometido la masacre, quise acomodarlo nuevamente sin pensar en lo que hacía, quise que todo eso no hubiera pasado y junté todas las partes dentro del recinto, lo tapé y le dejé un ojo entre las flores como habíamos convenido... extrañamente la corona que había utilizado para tapar el nicho tenía una cruz negra sobre las flores que antes no había visto...Por eso, señor comisario, por eso mis manos y mi cara están ensangrentados, por eso mismo, tiene que creerme, ¿usted piensa que fui yo que lo maté, pero no es lo que parece, debe creerme.
“Ahora que estoy esperando la resolución del Juez, pienso en lo que ha sido mi vida, cuando conocí a “Los Oscuros” todo cambió, me dieron un motivo para vivir, me sacaron de la calle y me hicieron cometer una cantidad de crímenes horrorosos, pero como siempre les dije, yo no pertenezco a la secta, solo soy el ejecutor. Si el jurado cree en mi inocencia saldré libre y nadie desconfiará de mi...¡Pero que descuido, mala suerte la mía, la cabeza del viejo ir a rodar tan lejos! Ese fue un trabajo que quedó incompleto; lo que realmente sirve es el corazón y el cráneo. Ahora tendré que enmendar mi falta con otro sacrificio, porque de lo contrario soy hombre muerto...”
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